La desaparición de hombres gays en Chechenia reafirma la brutal política anti-LGBT+ de Putin
El reciente secuestro y la desaparición de tres jóvenes homosexuales en Chechenia, una de las repúblicas que conforma la Federación Rusa, revela que la campaña de persecución a miembros de la comunidad LGBT+ se intensifica en plena ola de medidas contra la diversidad sexual promovidas desde el Kremlin. Hace una semana, según numerosos reportes periodísticos y de organizaciones de Derechos Humanos y Derechos LGBT+, la policía chechena detuvo al joven Rizvan Dadaev en Grozni, la capital, y lo forzó a “confesar” que estaba por encontrarse con otro hombre para tener sexo. El video del interrogatorio, grabado a la manera de advertencia por parte de las autoridades locales, se viralizó inmediamente. A los pocos días, se reportó que dos chicos que figuraban en la lista de contactos del celular de Dadaev habían desaparecido, sumándose a la lista de jóvenes gays víctimas de las purgas gays en Chechenia. Los policías organizaron su cacería a través de perfiles falsos en apps de citas. Con la invasión a Ucrania como telón de fondo, la comunidad LGBT+ rusa se prepara para una nueva embestida.
En menos de un año, la llamada “ley contra la propaganda gay” establecida por Putin para “proteger los valores familiares tradicionales” cumple una década. Esa legislación, que prohibió los contenidos que hacían referencia a la homosexualidad o cuestiones de identidad de género, o simplemente incluían la presencia de personas no heterosexuales en cualquier ambito al que podían ser expuestos menores de edad, incrementó también los crímenes de odio, la hostilidad verbal y física, los abusos laborales y los intentos de suicidio entre la comunidad. Ahora, el Parlamento ruso busca extender los alcances de esa ley para incluir a personas de todas las edades. En otras palabras, borrar de una vez a las personas LGBT+ de la vida pública.
Vladimir Putin hizo aprobar esta ley no solo para terminar con las marchas del orgullo o censurar los colores del arcoíris en las calles, sino con el objetivo de conquistar los sentimientos conservadores de buena parte de la sociedad y encontrar una vía de escape a las protestas en contra el gobierno. Primero asoció a las personas homosexuales con los “valores de Occidente”, ubicándolos en el lugar de traidores que amenazaban las tradiciones de su propio país, y después las culpó por no contribuir ante el decrecimiento poblacional. En la reforma de 2020, blindó la Constitución rusa para excluir a las personas del mismo sexo de poder contraer matrimonio.
Para ese entonces varias personas y familias se habían ido de sus regiones o de Rusia, las organizaciones tenían que gestionar refugios, evacuaciones, asistencia legal y psicológica en medio de los ataques oficiales y la persecución desatada en Chechenia. Putin ya había oficializado la homofobia como política de Estado con leyes y a la fuerza, cuando el diario Novaya Gazeta -hoy prohibido por oponerse a la guerra en Ucrania- publicó en 2017 una investigación sobre las torturas y asesinatos de gays y lesbianas con el aval de las autoridades chechenas. El Kremlin negó los crímenes y apenas se investigaron las denuncias. Después de todo, Ramzán Kadirov, líder de Chechenia, una región en el Cáucaso Norte de mayoría musulmana, es aliado del presidente y considera que el apoyo a los soldados rusos en la guerra contra los independistas chechenos le dio luz verde para reemplazar cualquier ley por su voluntad.
Las detenciones de Dadaev y sus conocidos son las últimas que registraron las organizaciones LGBT+ de Rusia , y son parte de la caza a las personas gays que Kadirov ha lanzado en los últimos años, provocando la condena de las asosiaciones de Derechos Humanos y Derechos LGBT+ de todo el mundo, ante la multiplicación de la evidencia. Maxim Lapunov y Amin Dzhabrailov, dós jovenes gays chechenos, contaron la experiencia de sobrevivir a las torturas y salvarse de las ejecuciones extrajudiciales en los centros de detención. Pese a estas denuncias, la campaña de exterminio continuó con la complicidad de las autoridades centrales. El caso de otros dos hombres gays -Salej Magamadov e Ismail Isayev, quienes habían logrado escapar de Chechenia, arrestados por su orientación sexual, para luego ser regresados a su país a sus verdugos por parte de la Policía rusa también fue reportado por la prensa mundial en año pasado.
Dos años antes, la ONG Russian LGBT Network había denunciado un recrudecimiento de la violencia y los arrestos arbitrarios de al menos 40 hombres y mujeres en territorio checheno. Kadirov convirtió la sexualidad “no tradicional” en un instrumento de chantaje. Bastaba con señalar a cualquiera de homosexual en la calle, la plaza o la salida del trabajo, para que la persona en cuestión deviniera en criminal y potencial víctima mortal. Podía ser en cualquier momento del día, podían ser policías o parapolicías, podían ser llevados a los centros clandestinos o entregados a sus familias para que consumaran un “crimen de honor”, un eufemismo que busca legitimar los asesinatos por transgredir los valores ultraconservadores. El documental “Bienvenido a Chechenia” de David France, estrenada el año pasado por HBO Max, explica cómo se gestó la purga y por qué fue aceptada.
Kadirov suele apelar al cinismo cuando dice que los crímenes son injustificados porque no existen homosexuales en Chechenia. Esa lógica es desmentida, además de por el sentido común y datos demográficos, por los desplazamientos a cargo de los grupos LGBT+, que en los últimos años desarrollaron un nivel logístico sólido y una red de contactos locales y en el exterior capaz de actuar fuera del radar de las autoridades. En 2020 Putin promulgó la ley de “agentes extranjeros” para marcar a las organizaciones que recibían fondos de países occidentales y complicar su trabajo. Oponerse al Kremlin equivalía conspirar contra Rusia con patrocinio extranjero. Pero para las organizaciones LGBT+ la ayuda internacional es clave para sacar del país a personas en peligro. El Parlamento acaba de ampliar los alcances de esa ley, ahora con el objetivo de silenciar a las personas “bajo influencia extranjera” que sean percibidas contrarias “a los intereses nacionales de la Federación Rusa”, es decir, que critiquen la invasión a Ucrania.
La disidencia, sea sexual o política, constituye un enemigo interno inaceptable en tiempos de esfuerzo bélico. En Rusia se prohíbe hablar de la guerra. Los medios que rechazan hablar de una “operación militar especial” en Ucrania, como Novaya Gazeta y Meduza, tienen que informar desde fuera del país. Y las personas LGBT+ también se llevan su parte, habiendo sido convertidos en los chivos expiatorios preferidos de Putin. Facebook, Instagram y TikTok fueron multadas por negarse a bloquear contenido LGTB+, algo que incluirá la reforma a la “ley contra la propaganda gay” de 2013. Prácticamente todo podrá ser considerado propaganda: la existencia misma de las personas LGBT+. Cuanto más ambigua la legislación, mayor es el riesgo.
El mensaje es más que una advertencia, se sostiene en toda una serie de leyes, normativas y sentencias previas que montan un dispositivo de impunidad frente a los crímenes de odio dentro y fuera de Chechenia, el hostigamiento sistemático y la discriminación. La diversidad sexual es para Putin una ostentación de la influencia occidental y Rusia requiere una lealtad con sus tradiciones en estos momentos. En abril, a semanas de comenzada la invasión, un tribunal de San Petersburgo ordenó la disolución de la Russian LGBT Network, la mayor ONG de la comunidad, la que asiste a las personas perseguidas por su orientación sexual o identidad de género, y la que se ocupó de evacuar a los que escapaban de Chechenia con el respaldo de grupos internacionales, entre ellos de Argentina.
Rusia es un país en guerra, con sus vecinos ucranianos y con las personas LGBT+. Los crímenes en Chechenia se enmarcan en la batalla cultural del Kremlin y la política del odio que se extiende como su efecto más peligroso. Quizás un acto de resistencia como el de Daria Kasatkina compense tanta persecución. A finales de julio, la mejor tenista de Rusia contó que estaba en pareja con otra mujer. “Vivir ocultándolo es imposible. Es demasiado duro, no tiene sentido. Vivir en paz con una misma es lo único que importa, y a la mierda todo lo demás”, dijo. Pero Kasatkina vive en España y reconoció que en su país sería difícil expresar su amor.